Leo con atención el libro de Juan José Millás y José Luis Arsuara La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2022) y disfruto como un cosaco porque hablan con humor de un asunto que trastoca la vida de un tercio de la humanidad. ¿Cuándo me voy a morir? ¿De qué me voy a morir? ¿Soy muy viejo y me voy a morir? Y la pregunta más importante: ¿Voy a sufrir mucho para morirme?
No es que Arsuara y Millás respondan a estas preguntas. Al contrario: el libro es un divertimento donde el paleontólogo pone la letra de una canción segura: te vas a morir y ya eres viejo, le dice a Millás. Y el periodista pone una música huidiza, jugando el rol de quien no se reconoce como viejo y no entiende cómo es posible que el reino animal acepte la muerte con lógica absoluta y los humanos la neguemos.
Pero aparte de recomendar el libro, lo interesante es la coincidencia entre esta reflexión sobre la muerte y la evidencia de que el famoso Estado del Bienestar en el que hemos vivido tan cómodamente en vida y en la muerte está a punto de fallecer. Y no por deseo de las partes, si no porque es imposible mantener sus costes tal como están tramados. No hay dinero para nuestra calidad de vejez porque, entre otras, va a haber que dedicar dinero para el capítulo de la Defensa. Es la quinta pregunta: ¿Cómo voy a disfrutar de mi vejez?
El Estado va a tener que dedicar una gran parte de su presupuesto a cosas no previstas hace solo dos años. Finalizando la pandemia estábamos seguros de que habría mucho dinero para mejorar la sanidad, pensiones, servicios sociales, residencias, etc. El virus había demostrado que la prevención ante cualquier enfermedad es más efectiva que los millones para cuidarla. Pero mientras estábamos reflexionando sobre hospitales y asistencia primaria, nos ha estallado una guerra como preludio de la nueva Guerra Fría que nos viene. Y de entrada hay que sumar el 2 % del presupuesto español y el de la Generalitat y el de los ayuntamientos a tareas relacionadas con la geopolítica. Más tanques y menos mascarilla. Y esto es inevitable porque hay alguien enfrente dispara con balas de verdad.
De entrada, eso significa que habrá menos dinero para atender, por ejemplo, el Imserso. Ya los hoteleros de Benidorm dicen que con los precios que les marcan para atender a miles de jubilados no pueden abrir hoteles y restaurantes. Ya tenemos la primera contradicción que exige atender la vejez. No va a haber dinero para esa obsesión política de que todo debe ser público, sin dejar espacio a que cada uno se cuide y eduque donde y como quiera. ¿Por qué no puedo disfrutar de mi vejez en la residencia que yo elija?
Pero hay más. Si los políticos de turno (por no andar con menciones molestas) van a subvencionar gasolina, gas, la plantación de cereales para la próxima cosecha, la industria de armamento y hasta los caprichos de rigor de los extremos políticos, de algún lado tendrán que salir los 90.000 millones al año de tanta subvención. O “ayudas”, como las llaman. Pues está claro: del llamado Estado del Bienestar. Menos jeringuillas, menos camas hospitalarias y menos residencias. La segunda contradicción: Si no hay dinero para buenas residencias y buenos hospitales, de algún lado tendrán que venir el cuidado de la vejez, que es mi preocupación.
Pues a eso iba como conclusión del libro de Arsuara y Millás. Aunque en los últimos años ha habido una obsesión por convertir en parte del Estado (Generalitat incluida) el cuidado de mi vejez, las circunstancias de la geopolítica y las prioridades del dinero público resucitan la necesidad de que la iniciativa privada, por su cuenta o apoyada, se haga cargo de parte de esa quinta pregunta: ¿Quién me cuida ahora que soy viejo? No hay dinero público, va a haber menos porque encima se lo gastan sin criterio productivo ni social, solo queda la esperanza de que alguien se dedique a ello por ganar unos euros, que al final en eso estaban los neandertales cuando derivaron en sapiens, porque morir es inevitable y la cuestión es morir bien.
Periodista y comunicador