Los alimentos de proximidad son un gran valor. Y van camino de convertirse en sello de bienestar, sin perder por ello el atractivo de lo exótico, que está tan de moda. Son lo más gourmet para nuestra salud. Y lo más barato.

De la histórica marca Alimentos de España pasamos a la fuerza emocional de Alimentos de la Comunidad Valenciana. Pero no solo como etiqueta de marketing exterior, sino también como argumento de producto local, hecho al lado de casa, sin el perjuicio de las distancias milkilométricas. En verano hay que comer unas cosas y en invierno otras. Y todas las tenemos ahí al lado. Son salud.

Valencia tiene mil huertas y en ellas conjugamos tesoros vegetales autóctonos. Algunos casi en peligro de extinción, como el garrofó, que tiene mil utilidades prácticas. Pero la aristocracia de la mesa con mantel huye de este producto con una estética tan rural. Y sin embargo acepta en su mesa las verduras chinas, que deberíamos apadrinarlas porque se cultivan en los campos más próximos a la capital: coles Pak Choi, Wo Sun, Kai Lan o el rábano Daikon (por cierto, muy parecido al nabo valenciano, pero de mayor tamaño).

La tierra nos da, pues, una primera enseñanza para nuestra salud. Hagamos buen acopio de garrofó y nabo en nuestra cocina, sin despreciar lo que viene de oriente, si es adaptable a los tiempos y lluvias de la tierra. La multidiversidad en la dieta es un gran descubrimiento frente a la autarquía, pero ojo con consumir productos fuera de temporada porque hayan aparecido técnicas extraterrestres para forzar la tierra y nos los ponen en bandeja de plástico.

Comer made in Valencia es más sano, más nutritivo, más económico y socialmente más justo. Y con el precio que tiene ahora la logística con la crisis energética, cuantos menos kilómetros haga un melón más sabroso estará y más barato será. Productos de proximidad, sin olvidar que muchos de los sabores de nuestra tierra son dignos de ser aproximados a otros consumidores para que se alimenten. Desde el vino hasta los cítricos aguantan muy bien el transporte a otros mercados que no disfrutan de este sol que da sabor hasta a un buen chocolate de algarroba. Ellos lo saben, porque también vigilan lo que comen. Por eso quieren una buena naranja cuando hace frío y necesitan fortalecer su cuerpo.

En un momento en que se estima que cada año se producen 400.000 muertes en el mundo por comer mal (por malnutrición, que no desnutrición), alimentarnos con productos globales contribuye a una malnutrición por muy moderna que sea, porque se fuerzan los cultivos en tierras que no lo merecen y se retuercen los ciclos de maduración. ¿Por qué no comer una papaya que es postre de Papas? Por supuesto, puede y debe hacerse. Pero plantada donde corresponde y en la temporada que toca. Reordenar lo que comemos, de dónde procede y en qué momento lo comemos ayudará a mejorar nuestra salud. Somos lo que comemos.

A favor de ello:

  • Los productos de proximidad se cosechan en su momento justo. Maduran en la mata y no en cámaras frigoríficas.
  • Mantienen por ello más concentración de antioxidantes porque se consumen apenas unos días después de salir del campo. Son más frescos, con más nutrientes, más sabor.
  • Los productos locales suelen ser de estación:  los tomates son de verano y para el verano. Comerlos en invierno nos enfría.
  • Los productos cultivados en nuestro territorio nos aportan sustancias que refuerzan nuestro sistema inmune porque crecen auto resistentes a nuestro mismo medioambiente.

Y Valencia tiene de todo en sus campos y huertas:

  • Aceites de oliva para protección cardiovascular de las mejores variedades: farga, arbequina, picual, … repartidos por todo nuestro territorio.
  • Todo tipo de cítricos cuando necesitamos vitamina C.
  • Granadas antioxidantes de Elche.
  • Alcachofas depurativas de Benicarló.
  • Tomates ricos en vitamina C de Mutxamel o El Perelló.
  • Chufas anticolesterol de Valencia.
  • Nísperos antiinflamatorios de Callosa.
  • Y un buen arroz.

Un muestrario colorido que resulta exuberante en nuestros mercados, como cuando algunos de ellos aparecen en mercados de los fríos países de Europa Central. Y por supuesto, aceptar también los sabores del aguacate o el mango o el pak choi, pero teniendo claro que la dieta mediterránea que nos da sabor y salud está compuesta de nuestros productos, siempre adaptados al ecosistema. ¿Cuánta agua hay que gastar para hacer un aguacate en Alqueries o un mango en Picassent? Nada contra ellos, pero unes bones bledes solo con aceite y sal resumen en boca más sabores y nutrientes que las hojas verdes chinas, que quedan bien para un día exótico.

Pero, sobre todo, saber cuándo es el tiempo para cada cosa. El termómetro de la nutrición lo perdimos con los sabores globales. Por eso vemos a gentes cocinando coles en agosto (¡a saber de dónde salen!) porque quieren meterlas como base de una trendy pizza. ¡Que horror! ¿Y qué hacemos tomando frutas tropicales en invierno cuando la naturaleza nos dio a todos las naranjas para reforzar nuestro sistema inmunitario?

¡Pues eso! A reorganizar los calendarios nutricionales y a evaluar los nutrientes de cada variedad en su zona de origen, tiempos de maduración, clima (temperatura y lluvias) y los resultados óptimos que todo ello conlleva para nuestra salud, economía y mantenimiento de los hábitats.

¡Las ensaladas de tomate valenciano son para el verano! Sabrosas, frescas y nutritivas.

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