Hay mucha gente que se aburre de ir de compras. O de ir a al teatro. O al cine. A mí, por ejemplo, me aburre cada vez más ir a comer por ahí, sea cual sea el restaurante. No me apasionan los platos sofisticados y menos aguantar todo ese quilombo de sugerencias gastronómicas, maridadas con no sé qué vino. Me aburre. Y normalmente ya vengo aburrido o divertido de casa. Hasta hay días que vengo reñido a sentarme en una barra o una mesa.
Por eso cada día elijo con más cuidado dónde me meto a comer con amigos o familia. Y resulta que en los últimos años he encontrado en Valencia unos cuantos sitios donde, además de darte bien de comer a unos precios asequibles, puedes pasar un rato divertido. Son restaurantes o bares que han apostado por conquistar clientes que quieren vivir buenas experiencias. Es su valor añadido, como hay que hacer con cualquier otro establecimiento que quiere conquistar clientes.
Antes, si querías una experiencia ibas a un Michelin, te gastabas una pasta y luego lo contabas a los amigos. Pero no volvías, si no eres de los que amasan el dinero. También están los lugares donde te echan de comer. Y te hartas de chuletas, butifarras más o menos sofisticadas, pero la fiesta acaba con el carajillo y la lengua trabada.
¿Por qué no divertirte un rato además de comer bien? La pandemia frenó un poco la cosa, pero incluso para eso han encontrado soluciones aquellos que exhiben imaginación para sus negocios, sean propios, franquicias o gerenciados. Y pongo aquí una lista que sin ser exhaustiva sirve de ejemplo del poder de atracción de ideas que captan clientes.
Voltereta. Es una cadena pero en Valencia tiene para comer customizado como si estuvieras en Kioto, Bali, Manhattan y alguna otra zona del mundo.
Àtic. En el Palau Alameda, comes y bailas. Y para mantener la distancia sanitaria bailas alrededor de tu mesa.
Valencia Salvaje. Estás ahí comiendo con palillos lo que te manda el chef y de repente te salen unas chicas y unos chicos muy monos que bailan entre las mesas y te hacen muy divertida la sobremesa.
Hot Pot. También japonés o tradicional chino. Pero el modelo del servicio es original. Y todo el mundo se queda asombrado cuando los platos te los trae un robot muy atento.
Guakame. La cosa moderna y espacial, a donde ir para ver más que para dejarse ver. Espejos y cristales por todos lados. No he ido, pero además se come.
Y sigo a la espera de Viturchef, que es un proyecto futurista donde se implicó la Universidad Politécnica.
Pero son solo unos ejemplos de lugares muy personales, que resultan un ejemplo de como un sector tan tradicional como la restauración se puede convertir en una experiencia más allá de la gastronomía, que también. Y tal como están las cosas captar clientes y tenerlos contentos y divertidos se ha convertido en un valor añadido tan importante como una buena paella. Y aquí está Interfaz para echar una mano a los atrevidos.
Periodista y comunicador