Si me permiten el latinajo, yo en esto de los asuntos públicos y la estrategia política, a tenor de los acontecimientos recientes, prefiero gestionarlo desde la lógica de la doctrina nomen iuris: las cosas son lo que son, y no lo que se dice que son. Para ello es bueno acudir a los clásicos, o a las fuentes. Mi deep throat me lo dice al oído: “amigo, es que en esta guerra, ‘mazonear’ no es fácil”.

Una de las cosas que ha demostrado la gestión de la estrategia política a estas alturas es que las palabras han superado a las siglas, que las figuras políticas desbordan a sus organizaciones y que es precisamente la desconfianza en las marcas -asignatura pendiente todavía en la gestión de muchos directores de comunicación- lo que obliga a plantarse en el ruedo sin escudo. Los apellidos son el refugio al que se acogen los nuevos fabricantes de reyes. En definitiva: tenemos ayusers, no me suena que haya abascalers -ni les hace falta- y lo que no conozco es si tenemos casaders. Sí que comienzan a reconocerse mazoners -todavía en número discreto y son en resumen quienes concluyen que “mazonear” sería la mejor forma que tendríamos los habitantes de la Comunidad Valenciana para gestionar este bancal.

Carlos Mazón, líder del PPCV, es un señor de mirada larga, espíritu multitarea y amigo de sus amigos, que ha dado prueba de ello antes de conocer a Teodoro García Egea. Mazón se mueve a estas horas como un equilibrista en el fiel de la balanza, con lógica prudencia. Lo hace entre la lealtad y el agradecimiento, por un lado, y la presión de una militancia a la que cautiva mucho más la heroica senda -camino de santidad- de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso que la colapsada disciplina orgánica de Génova. Si tuviéramos que aconsejarle algo al líder popular regional, a modo de sugerencia, apuntaríamos que su gran reto es arrebatar al Botànic el diseño de la agenda -siempre es más fácil hacerlo desde el poder- y alinear a su grey en una única misión: impulsar la agenda liberal, arrinconar el sectarismo, no caer en vicios de antaño, denunciar las arbitrariedades y los abusos, señalar los incumplimientos y esperar algo de suerte en el flanco judicial para que los líderes botánicos se enfanguen en algún asunto.

Me viene a la cabeza la base de marines de Guantánamo, Cuba. Y los hechos de esta versión actualizada y castiza de A few good men, ya no son saber si el coronel Nathan R. Jessep -a la sazón Pablo Casado– ordenó o no el código rojo sobre el soldado Ayuso. Eso es lo de menos. Los hechos tampoco son averiguar si los 3.000 ayusers se amotinaron de forma espontánea en la matinal madrileña del fin de semana o lo hicieron al son del tambor de MAR. Lo importante es, primero, discernir si Casado podrá dormir el balón, aunque parece que no porque esto es como un partido de Bordalás. Lo importante, también, es que en el PP se den cuenta de que el gigante sigue dormido mientras Vox les hurta el discurso, la estrategia y la necesaria vigorosidad del voto joven.

Y para acabar, lo importante ya en el ámbito de la ética es que -efectivamente- siendo una cosa de hermanos y parientes el origen del conflicto -cuestión que ha de dilucidarse todavía-, también es cierto que no hay que irse muy lejos para encontrar miserias locales en el campo del nepotismo. En la acera de enfrente. Y más gordas.

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