Vladimir Putin ha conseguido ser el más malo entre los malos. En Occidente su figura representa la maldad sin matices ni fisuras. Tras ordenar la invasión de Ucrania ha conseguido reacciones nunca vistas: ha hecho que países neutrales abandonen la tibieza, que la Unión Europea tome por una vez decisiones rápidas al unísono y que no participar en Eurovisión adquiera categoría de sanción internacional. Hasta Marie Le Pen está arrepintiéndose de la foto con el monstruo. Porque Putin contamina ya con su maldad a izquierda y derecha de manera transversal. Solo China y su líder Xi Jinping mantienen la amistad inamovible con el nuevo y sanguinario zar. Pero entiendan ustedes que en el gigante asiático ni siquiera Google pinta nada. O sea, que juegan en su propia liga.

Solo un gran malo como el presidente ruso puede sacar lo mejor de sus contrincantes. Vencer a un malo de este calibre exige una heroicidad gigantesca, porque estamos ante un supervillano con mimbres para entrar en la historia negra de la humanidad. Y eso es lo único bueno de enfrentarse a la Rusia de Putin, porque va a ser capaz de sacar lo mejor de quienes le planten cara. Más aún cuando su puñetazo en la mesa geopolítica mundial no tiene respuesta en los Estados Unidos de Joe Biden. Ni rastro ya del estilo far west de Reagan: no contamos esta vez con el primo yanqui de Zumosol para sacarnos las castañas del fuego. La Gran Rusia ha empezado a reconstruirse a sangre y fuego en un momento de debilidad norteamericana y liderazgo decadente, con el aval de China, que es realmente la superpotencia al alza y beneficiaria en la sombra del nuevo orden mundial en construcción.

Piensen en cualquier película: cuanto más poderoso es el malo, más mérito tendrá el héroe. Mejor es el relato de Batman cuando enfrente está el Joker y no Danny De Vito disfrazado de Pingüino. Por algo Darth Vader es el gran antihéroe y mejor es la aventura de James Bond cuanto más poderoso es su enemigo. Para nuestra desgracia, el mundo está ante un desafío mayúsculo y Vladimir Putin es el mejor peor enemigo posible. Ese hombre igual cabalga a pecho descubierto que da golpes de karate a las leyes, envenena con polonio, encarcela opositores sin miramientos, cambia la constitución o pone de títere presidente a cualquier Medvedev que le caliente la silla. Mirándolo no se sabe si pone mesa de por medio para despreciar a su interlocutor o para reprimir sus ganas de echársele al cuello. Si la cara es el espejo del alma, dentro de Vladimir debe hacer más frío que en Siberia.

A estas alturas Winston Churchill ya estaría prometiendo sangre, sudor y lágrimas. Pero tal vez no es tiempo de líderes heroicos, por mucho que a Volodimir Zelenski no le quede otra. A cambio, hará falta una unidad colectiva sin precedentes para que la invasión de Ucrania no culmine como un éxito de Putin. O como un primer paso en la reconquista del imperio ruso. Hay señales muy positivas en la respuesta internacional, pero aún parecen poca cosa ante la inminencia de que Rusia consiga a velocidad de vértigo sus objetivos militares básicos. Las manifestaciones y los mensajes en redes sociales no serán suficiente porque esto es la guerra y no hay otra palabra para nombrar el horror. Enfrente nos espera un tipo que viene del KGB al que no le han regalado nada para llegar hasta esa cima de la maldad.

Imagen: Fernando Ibáñez

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