La gran paradoja de nuestra era de la información es que nos ha tocado vivir un tiempo de expertos y no quedan ignorantes. Todo el mundo sabe de todo, sobre la pandemia, sobre las salas de guerra en las que se cuece la realpolitk, sobre deporte o brujería. Todos parecemos tener una opinión firme sobre lo que sucede en nuestro entorno y claro, la narrativa publicada es un carajal ignoto en ocasiones. El filósofo Wittgenstein hace tiempo que nos invitó a callar sobre “aquello de lo que no se puede hablar” y yo suelo aplicarme en ello, pero con excepciones. Respetando la premisa del pensador austríaco, un servidor sí que se reconoce como versado en la cultura del gran evento, por dedicación profesional, por trayectoria y ocupación laboral y porque por suerte o por desgracia pues resulta que puedo decir que he contribuido a la narrativa que el gran acontecimiento ha construido en nuestra sociedad en los últimos tiempos. Es decir, yo sí que puedo hablar sobre este tema en concreto y un Ondas compartido parece un buen certificado.

En tiempos nos gobernaron unos “carontes” que eligieron ante su laguna Estigia el camino más difícil. Ante la encrucijada de que otros siguieran escribiendo el relato en el que los valencianos participábamos como figurantes silentes, por primera vez, optaron por lo contrario, por escribir una historia propia. Los grandes eventos que después fueron criminalizados -la Copa América o en menor medida en cuanto a su éxito, la Fórmula 1- sirvieron para que el mundo, sí, el mundo, pusiera sus ojos en esta tierra y descubriera los valores de este rincón del planeta y de sus moradores. El gran evento trajo riqueza y desarrollo y sí, corrupción y podredumbre. Algunos de los que idearon, ejecutaron o disfrutaron aquellos proyectos hoy penan en la cola del paro, el rellano del juzgado o el olvido. Sin embargo, de repente, estamos asistiendo a un fenómeno de blanqueamiento. Están blanqueando el gran evento. El evento, ya sea mediano o grande, vuelve al escenario y en esta ocasión recauchutado por quienes lo emplearon como banderín de enganche para expulsar del poder a sus antecesores.

El gran evento es una praxis egocéntrica, pero muy terapéutica. Genera buen humor colectivo, es un antidepresivo extraordinario para las masas sobre todo tras la terrible etapa de la pandemia, impulsa la economía y, sobre todo, es una potente plataforma de poder. En la Comunidad Valenciana y en pocas semanas, se han encadenado la gala de las estrellas Michelín con sus mega-egos gastronómicos, el Benidorm Fest y sus artificiosas polémicas, impostadas y sangrantes, y los Premios Goya como hoguera de las vanidades progresistas -qué callados están los cómicos, con la que está cayendo, por cierto-. La izquierda ha perdido los complejos y apuesta por el marketing relacional. En este tipo de saraos el Gotha se reconoce, las autoridades morales y políticas se referencian y además el organizador se sirve del protocolo para señalar al ausente o no invitado como no perteneciente al sistema. El evento es la muralla medieval en la era de la tecnología y la información. Extra omnes. En el año que queda para la cita electoral en la Comunidad Valenciana, las elecciones autonómicas en las que se ha de renovar, o no, el gobierno de la Generalitat, los grandes eventos van a sucederse como un plan de campaña permanente, una poderosa herramienta de fijación de popularidad y de mensajes al servicio del gobierno. Y la historia parece repetirse. Los balandros son el arma secreta para vencer el empate en las encuestas. O eso se pretende. El Consell estaría barruntando echar el resto con la 37 edición de la America’s Cup -eso se dice en los mentideros- y traer de nuevo al mejor campo de regatas del globo -que es Valencia- la competición deportiva más antigua de la humanidad. Hay varios síntomas al respecto. Determinadas terminales han dejado de ver la regata reina como un desfile de pijos para pasar a convertirse en “la competición de vela más importante del mundo” y como por arte de magia, se detectan señales. Valencia acogerá en muy poco tiempo, en primavera, el primer gran circuito europeo de Team 69F en el puerto deportivo Valencia Mar. Para la gran mayoría no versada esto no es otra cosa que la “mini Copa América”, la liga de los “barcos voladores”, que ha escogido Valencia como ciudad anfitriona para inaugurar sus carreras en Europa. El circuito 69F está integrado por barcos extremadamente rápidos con una eficiencia energética superior a los barcos convencionales y, efectivamente, es una versión reducida de la gran regata que tiene como trofeo la Copa de las 100 guineas. Permanezcan atentos a la pantalla, si es a esta mejor.

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