Desde hace años se habla de cambios en nuestra forma de vivir. Antes las casas daban a plazas y calles paseables y hasta hubo edificios (Finca Roja, en Valencia) que pensaron la vida en el interior de la manzana de viviendas, aunque durante años ese patio central fue un erial. Los grandes centros comerciales y las calles de tiendas sustituyeron esas calles y plazas humanas.
También el diseño de las casas ha cambiado por los tiempos. Ahora no hay que tener entrada de carro ni un garaje en lugar del pasillo. Pero ha evolucionado mucho la distribución de una casa media, más en función de sacarle mayor rentabilidad al solar que la comodidad y utilidad sus habitantes.
Incluso hemos pasado por diferentes etapas en la localización de nuestras viviendas. La burguesía antes vivía en el centro y las afueras eran para la inmigración y gente de menor poder adquisitivo. Luego la gente con aspiraciones se fue a zonas residenciales y los centros históricos fueron ocupados por otros urbanitas.
Pero en los últimos años han ocurrido fenómenos incontrolados que están haciendo trabajar a arquitectos, urbanistas y diseñadores para hacer ciudades habitables en las nuevas circunstancias. No puede ser igual una casa de la que todos salen temprano a trabajar y vuelven después de merendar que aquella donde uno o dos de sus miembros teletrabajan. ¿Se instalan en el comedor? ¿En la mesa de la cocina? ¿O hay lugares mixtos? ¿Y si tienen una casa más flexible?
El cambio climático obliga a replantear el uso del coche en las ciudades. Pero no están preparadas para un transporte público eficaz, salvo el metro donde pueda ser. Pero los políticos de un color piensan solo en prohibir coches y prohibir pisar el césped.
Y la pandemia obliga a repensar las casas y los edificios. Hay que tener espacios familiares y públicos flexibles, que incluso permitan cuidar a niños y ancianos sin aglomeraciones. Y mucho sitio para que los niños se sientan libres, pero eso crece la migración hacia urbanizaciones donde la chavalería puede correr al acabar el colegio y no tienes al vecino a un palmo de tu ventana, aunque sea para cantar Resistiré.
Y encima viene la invasión de Ucrania, que plantea un nuevo paradigma en el control y precio de materias primas e ingeniería urbana. Va a subir un determinado tipo de vivienda y va a bajar otra. Y los alquileres tendrán que ser una oportunidad empresarial en lugar de un lastre familiar. Y todo ello valorando aportaciones como las que hace Marina Sender como presidenta del Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia en la entrevista en Interfaz, donde deja claro que puede existir una mirada femenina para diseñar casas y ciudades. Femenina y distinta.
Todo nos cambia y hay que adaptarse para sobrevivir como diría Darwin. Y hay arquitectos célebres que trabajan en ello, como María Langarita con estructuras flexibles o Izaskun Chinchilla pensando en ciudad de espacios funcionales y versátiles, para uso digital y físico. El BBVA tiene un magnífico libro titulado La Ciudad de 2050, que adelanta mucho cómo deberán ser nuestras ciudades.
Pero una vez asumidos los cambios surgen dos problemas. ¿Qué hacemos con las ciudades viejas? Muy simple: hay que repararlas. En Valencia tenemos dos ejemplos: Ruzafa y El Carmen. Pero no pueden cambiarlas de un plumazo como pretenden los actuales equipos del ayuntamiento de la capital, porque hacen una tropelía.
Y el segundo problema es cómo comercializar tanta novedad, que aunque necesaria debe entroncarse en los tópicos habitacionales de generaciones. Y también ha aparecido una nueva fórmula para inmobiliarias y comercializadoras. El metaverso y toda la ingeniería virtual permiten a promotor, constructor, cliente y diseñador ponerse de acuerdo fácilmente en el modelo de calles, casas y pasillos.
Los nuevos materiales también acompañan la opción, para adaptarse a demandas flexibles y cambiables. Y esto es más vendible si la comercializadora utiliza los recursos a su haber. En nuestro mercado tenemos inmobiliarias de suficiente entidad para dar este paso en un mercado cambiante. Pero las ciudades que vienen tienen que ser más humanas.
Periodista y comunicador