La minifalda la inventó Mary Quant en los años 60 porque la sociedad mostraba un cansancio de las modas y pedía algo popular y juvenil: de ahí salieron las faldas cortas y la alegría de vivir. El mundo estaba aburrido y necesitaba un revulsivo que se reflejó en la creación de tendencias de la moda y hasta en los coches, como fue el invento del Mini.

Las crisis de cualquier tipo marcan las tendencias en la moda y hasta en los valores. Lo marcan todo tanto que los grandes innovadores en cualquier tipo de tendencia se ven desnortados para promover un color de moda, un maquillaje o el precio del lujo. En Barcelona, por ejemplo, hay grandes consultoras que “adivinan” qué color querrá la gente la temporada que viene y luego todas las marcas lo introducen en sus productos, sean frigoríficos, coches o una camiseta.

Las tendencias, pues, están prefabricadas previa utilización de datos que grandes consultores sacan de nuestras muchas actividades. Todo ahora mucho más fácil con la inteligencia artificial y el big data.

Pero en los últimos años el modelo ha cambiado por la aparición de nuevas variables sociales incontroladas. La pandemia, la guerra en el corazón de Europa, la crisis energética-económica y el dramático cambio climático han derivado en una incertidumbre que hace difícil prever el comportamiento del consumidor. ¿El miedo introduce los colores oscuros o los colores vivos? ¿Lleva a las compras compulsivas, como ocurrió con el papel higiénico, o a un retraimiento, como ocurrió con la confusión en torno a los coches diésel?

Lo cierto es que la incertidumbre se traslada a las modas y a las tendencias. Es difícil prever cómo pintar la casa y si este año se llevarán bikinis grandes o pequeños. Las únicas constantes seguras son la inflación y el valor añadido de cualquier producto o servicio que esté en el mercado. Uno es difícil de controlar sin descuentos y con la consiguiente reducción de beneficios y el valor añadido depende de la imaginación del actor que vende.

Está ocurriendo con el turismo en la Comunidad Valenciana, cuya bonanza sigue contabilizándose como hace medio siglo: vienen y son tantos, ocupan tantas camas hoteleras y gastan tanto dinero. Cuando resulta que la tendencia derivada de estas crisis unidas lleva de entrada a otro tipo de valoración. ¿Cuántos visitantes tienen apartamento propio o alquilado que no está registrado? ¿Cuál es el retorno de la inversión en un apartamento? ¿Qué indicador dan las acciones de valor añadido, como buen servicio, mejor trato, espacios de ocio, acciones experienciales, sostenibilidad, etc.?

Es difícil establecer unas previsiones sobre la moda que va a demandar el cliente. Pero también lo es en el consumo: ¿Gastará más la gente a la vuelta del verano, echando mano de sus ahorros? ¿O será mayor la incertidumbre y el miedo? Preguntas para todos los sectores: desde el de la moda hasta la educación de los hijos.

Hay que recurrir a la ciencia de los expertos y conocedores de los movimientos sociológicos en época de crisis, que aconsejan aquí y en Estados Unidos unas propuestas eternas.

  • Fiabilidad: El consumidor debe tener plena confianza en su proveedor de moda, comida, coches o colegios.
  • Trazabilidad: Cualquier producto que se ofrezca en estos momentos de gran cambio debe tener claro de dónde viene y cómo llega a las manos del consumidor, porque su desconfianza es mayor que nunca.
  • Sostenibilidad: Es el valor de moda por encima de la moda. Cualquier producto o servicio debe garantizar que el proveedor tiene en cuenta la crisis climática y desde su mostrador o fábrica hace lo posible por combatirla.
  • Costes: Ahora más que nunca es una parte del proceso a valorar duramente, aun a costa de fuertes recortes internos en empresas y familias. Y que conste que los costes no afectan simplemente a salarios y beneficios. Analizar el proceso productivo y mejorarlo siempre permite ahorrar algo.
  • Digitalización: Ahora más que nunca los datos ayudan a prever lo que pueda ocurrir, aunque las posiciones de los consumidores sean equívocas, hasta el extremo que incluso el mercado del lujo está repleto de dudas.
  • Valor añadido: Y frente a la seguridad de que algo va a pasar, ofrecer algo sólido, que a veces vale más que el propio producto. Un café te lo sirven en cualquier lado, pero un buen café, con galleta, una bonita taza y un agradable buenos días vale más que los 20 céntimos que ha subido la dosis obligada de cafeína.

Y sobre todo, arriesgarse.  En esta situación el mundo es de los que se arriesgan a innovar. No locamente, sin tener cuenta la marcha de los negocios actuales y futuros, pero sí arriesgarse prudentemente a hacer algo nuevo. ¿Alguien pensó hace unos años que la ropa y la comida se distribuirían en bicicleta por las ciudades?

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