Saber irse es jodido. Perdonen el adjetivo, pero en este caso calificarlo de difícil se queda muy corto. Para Pablo Casado es doloroso, frustrante, penoso, triste… implica un destrozo con enfado, irritación y asombro… En definitiva, todo lo que la RAE explica del participio del malsonante verbo joder. Porque es eso, al presidente del Partido Popular lo han jodido y la escenificación del escarnio ha sido un espectáculo cruel.

La trama del peliculón ha sido tan sorprendente que a Casado le cuesta encontrar un final adecuado para su personaje. Al que fuera Kennedy durante un glorioso fin de semana de primarias le toca marcharse como Nixon, con el agravante de no haber llegado a vivir en Moncloa. Su partido ha recuperado el gusto por la unanimidad monolítica para empujarlo hacia la salida, como si de una votación a la búlgara se tratara. Nunca tantas manos aferraron el puñal de Bruto públicamente. Hay un clamor apresurado por encumbrar a Feijóo por aclamación y olvidar los experimentos primarios tras estos lodos y aquellos polvos.

La mayor dificultad de Casado para encontrarse a sí mismo un final digno es que el guion se lo han escrito otros demasiadas veces. Su ascenso al liderazgo se lo debe a dos mujeres. Haciendo honor a su apellido, su personaje viene marcado por ellas. El odio africano entre Cospedal y Soraya le garantizaba sumar si llegaba a la segunda vuelta, como así fue. Cuando naufragaba su liderazgo por primera vez, Isabel Díaz Ayuso fue su tabla de salvación junto con la alcaldía de Almeida. Nacía una lideresa que enseguida se convirtió en protagonista porque la pandemia la encumbró a los altares de la derecha. Puso cara de Virgen Dolorosa y su aura fue creciendo hasta hoy: en campaña electoral sus actos ya tenían algo de apariciones marianas, llenas de fervor y de devotos que agradecían el milagro de haber salvado el trabajo a pesar de la COVID. Y lo llamaron libertad.

Ayuso es un fenómeno político de primera magnitud, cimentado en el liderazgo. Ella lleva la iniciativa siempre. Para montar un hospital, salvar los bares o convocar elecciones. Y puede que Miguel Ángel Rodríguez le escriba el guion, pero ella dirige, produce y protagoniza sin que nadie le robe un plano. Y al final fue ella la que rompió la baraja, cruzó el Mississippi y destapó el vodevil con el que desde Génova le querían echar el freno. Ella ha pegado primero y dos veces.

En su triste final, Teo y Casado han lanzado unas dudas que van a ser su legado más duradero y que sí condicionarán a Ayuso. Sombras de corrupción y tejemanejes turbios en los contratos del hermano, en la búsqueda de detectives y en la dilación de las explicaciones. Pero eso ya se verá en otra temporada. Ella sigue a lo suyo y se ha apartado inteligentemente de la sucesión para que vengan de provincias a desfacer el entuerto. No es el momento.

Ayuso me recuerda a una canción de Los lagos de Hinault titulada De sueño y café, que habla precisamente de chicos de provincias que se lanzan a la capital con un sueño. La letra dice así: “Y las madrileñas miran, resabiadas y aburridas, presumiendo de su ingravidez, y les parece de risa, tanto esfuerzo en esta vida para conseguir ser algo que se consigue solo sin querer”. Eso pasa con el liderazgo y el carisma, que se tiene o no se tiene. Ella va sobrada y Feijóo aún ha de probarlo dentro de la M-30. De lo que estoy seguro es de que Isabel aún tiene historia por delante. Y, llegado el día, escribirá su final con el pulso firme.

Imagen: Fernando Ibáñez

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