En la literatura económica y política valenciana siempre aparece la constante obsesión por la defensa de nuestros intereses. En unos casos resucita un Palleter que sueña con demostrar que volvería a derrotar a los franceses, como Vicente Doménech hizo en 1808. Y en otros casos es la causa política de algún partido o unos ricos empresarios que organizan un grupo que defiende causas nobles, que suponen grandes inversiones.
Pero lo cierto es que por una causa o por la otra en la Comunidad Valenciana hay en estos momentos pocos grupos de presión que actúen como lobbys en defensa de nuestros intereses generales o los particulares de sectores económicos o empresas que quieren tener presencia en los temas que les afectan. Y es una lástima porque así perdemos oportunidades de negocio e inversiones muy importantes.
Por supuesto, nada que ver con la potencia que tenía Ignasi Villalonga o el Comité de Gestión de Cítricos, que consiguió en los años 70 una interlocución comercial con los mercados europeos, cuando ni soñábamos en estar en la UE.
Pero como marca la idiosincrasia valenciana, aquí cadascú per a ell, com en Massamagrell. Tanto es así que el propio Consell tardó años y mil borradores en aprobar el Decreto de puesta en marcha de la Ley Reguladora de Grupos de Interés en la Comunidad Valenciana (octubre 2021), con la muy simple intención de dotar de transparencia la constitución de estos grupos, seguir la huella de sus contactos y dotar el registro de mucha burocracia. Y nada de potenciar su existencia. Solo controlarlos.
Y en ese marco están, como más destacados:
- AVE, con los grandes empresarios que postulan sobre todo el imposible Corredor Mediterráneo.
- Conexus, con escasa vida en Madrid.
- INEPA, grupo alicantino que batalla contra Valencia,
- Propeller, empresas de logística.
- Cercle Agroaliamentari, donde hay 11 compañías del sector, potenciadas por la Conselleria de Agricultura.
- AESECO, algunas empresas de alimentación ecológica
- Acento, que es la consultora de Pepe Blanco, que de vez en cuando se deja caer por Valencia.
Y poco más, quizá porque tenemos poco asumida esa cultura anglosajona, que no crea lobbys para ir de paella o reunirse con un alcalde. Es algo más, mucho más fructífero económicamente.
La clave de ese atasco, además del individualismo personal y empresarial, es que el dinero que se pone en estos lobbys tiene un retorno complicado de contabilizar. Y ahí es donde radica el gran error, quizá porque la excesiva politización de la vida económica impide valorar que una empresa está creada para conseguir los máximos beneficios, siempre con la legalidad cuestas. Y defender tus intereses es el principio del funcionamiento de cualquier negocio.
Hay lobbys en Catalunya que defienden intereses de sectores (cava, perfumería, química, textil, etc.). Y los hay en Andalucía con el aceite, el jamón o turismo y la tecnología instalada en Málaga. Pero en la Comunidad Valenciana no arrancan ni los lobbys de sector ni los de empresas afines, que compartan costes y luego trabajan mercados particularmente. Quizá por ese error de constituir un lobby para salir en los periódicos y olvidar que el grupo de intereses sirve para ganar dinero.
Periodista y comunicador