Llueve sin parar, ya no recordábamos tantos días seguidos de agua. Con la falta que hace y lo mal que nos viene a los mediterráneos esta rutina de cielo gris, entre Seven y Londres. Ni las Fallas han sido lo que tenían que ser ni nosotros tenemos la alegría acostumbrada que se nos supone por estas latitudes. Hemos celebrado el Día Mundial del Agua a lo grande. Buena para el campo, pero mejor con repartida mesura. Que ya sabemos la canción de Raimon: aquí no sabe llover, o sequía o catástrofe. Sin término medio.

Los italianos, al menos, saben a quién quejarse con ese dicho maravilloso: piove, porco governo. Y está la cosa para quejarse cuando llueve por todos lados y con vientos huracanados encima del contribuyente y las empresas. La cuesta de enero se va haciendo Tourmalet y no hay Induráin que lo resista viendo la previsión económica. La sensación es que el Gobierno está esperando a que escampe la borrasca por Bruselas, siempre encomendándose al mismo santo. Vamos a acabar por pensar que de verdad pueden hacer poco ministros y señorías por mucha manifestación que inunde las calles. Que nos avisen cuando se pueda votar a Merkel. ¡Angela, vuelve, te queremos!

El verdadero horror se está viviendo en Ucrania, por supuesto. Allí lo que llueven son bombas y solo la solidaridad popular es capaz de mitigar las espantosas imágenes de las noticias nuestras de cada día. Porque la guerra sacude nuestra Europa y su amenaza es una pesadilla cercana que ha llevado la Guerra Fría a un nuevo nivel. Sus consecuencias van extendiéndose como una mancha sobre una economía que vive de crisis en crisis. Al final del túnel de la pandemia estaba Putin para seguir con los infelices años 20 del siglo XXI.

El Gobierno Sánchez dice andar ultimando planes para contrarrestar nuestros males, después de haber recuperado a Marruecos para la causa a costa de abandonar, aún más, a los saharauis. Mientras, a los transportistas el agua les llega al cuello y han hecho visible su huelga en las estanterías del súper. Ya nadie puede mirar para otro lado. La inflación adelgaza nuestros sueldos mientras la factura eléctrica se hace plusmarquista de récord en récord. El precio de la energía sube y hemos vuelto a llegar tarde. Resulta que éramos campeones de Europa en sol y aún hay mucho empeño en no aprovechar esa energía. Y eso que íbamos sobrados de capacidad solar. Pero eso era antes de que se pusiera a llover.

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