El progreso tecnológico es clave para estimular el crecimiento de la productividad y, por ende, el crecimiento económico. Así lo entiende la Unión Europea que, en julio de 2020, acordó un instrumento económico excepcional de 750.000 millones de euros para el conjunto de los Estados miembros, conocido como Next Generation EU, condicionado a inversiones y reformas en materia de digitalización y sostenibilidad ecológica, que logren la ansiada recuperación de las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.
A España le correspondería recibir un buen importe que, según estimaciones, rondaría los 140.000 millones de euros, siempre y cuando cumplamos con lo que nos pide Europa. Y eso es, fundamentalmente es que, como país, tanto el sector público como el privado nos coordinemos y pongamos el futuro en la agenda del presente.
Aprendiendo del pasado para construir el futuro
Lo que está claro es que nuestra competitividad pasa por la necesaria aceleración de la transformación digital de nuestro sistema productivo y lo que pocos se atreven a contar son los peajes que deberán pagar quienes no sean capaces de adaptarse a todos estos cambios y qué otras consecuencias podrían traer la digitalización de procesos y la automatización de los trabajos, como son: el desempleo tecnológico y la necesidad de nuevos perfiles profesionales o el posible incremento de la brecha de productividad y la aparición de súper-empresas, con los efectos negativos sobre el grado de competencia, entre otros.
Llegado a este punto, se hace necesario echar la mirada atrás y reflexionar sobre las más recientes evoluciones que hemos vivido como sociedad, derivadas de los avances productivos y la búsqueda de la calidad para sacar conclusiones y aprender de ellas porque no todo vale y no todo se debe lograr a cualquier precio.
Desde la misma concepción de la civilización humana, el hombre debió potenciar la producción y controlar la calidad de los productos que consumía para diferenciar entre cuáles podía consumir y cuáles resultaban perjudiciales para su salud, con evidentes consecuencias negativas sobre quienes los experimentaron. Otro ejemplo de evolución posterior, ya en la civilización fenicia y en esa búsqueda del crecimiento y la perfección del sistema productivo, otros tuvieron que sufrir acciones correctivas para eliminar la repetición de errores: los inspectores cortaban la mano de la persona que los cometía, ¡Una barbaridad!
Más reciente son las consecuencias sociales derivadas de la industrialización, donde la sociedad se fracturó en dos: el proletariado y la burguesía. Conforme esta nueva organización social fue avanzando en el tiempo, las diferencias entre ambos grupos fueron cada vez más visibles. Por un lado, la burguesía aumentó su bienestar exponencialmente, mientras que el proletariado se vio rodeado de pobreza e indigencia.
Está claro que expuse algunos ejemplos demasiado radicales con lo que hemos vivido en el último siglo, donde el management y la gestión productiva de la calidad ha perseguido la estabilidad, la estandarización y el error cero, tanto para entornos de productos como para los de servicios. Un escenario bastante diferente con lo que nos parece proponer la nueva hoja de ruta de la Unión Europea y que se basa en acelerar el ritmo de implantación de la digitalización con una revolución que implicaría un mayor esfuerzo como sociedad y la segura transformación del mercado de trabajo.
Uno envejece cuando deja de luchar, cuando deja de soñar, lo nuevo le asusta, cuando ya nada le sorprende porque ha dejado de aprender
Las estrategias a las que nos vemos abocados para poder acceder a estos volúmenes ingentes de dinero y a los que hacía referencia al comienzo de este texto, exigen incorporar innovación y agilidad en los sectores productivos con el esperanzador propósito de que lideren el camino hacia la salida de la crisis y que sienten las bases para una Europa moderna, competitiva y más sostenible.
En este contexto, se hace más necesario que nunca hablar de los cambios culturales y del talento necesario para gobernar la agilidad y la innovación. Si no disponemos de una cultura que posibilite la experimentación y el aprendizaje continuo todo quedará en aquel intento que unos aprovecharon y otros desperdiciaron. Si no asumimos que debemos arriesgarnos la innovación no aparecerá. Si penalizamos el error ¿Qué directivo querrá salir de su zona de confort para quedar en evidencia o perder su statu quo? Si no somos capaces de desaprender para aprender seguiremos siendo los mismos en un entorno que ya habrá cambiado.
Los cambios también son momentos de oportunidades, pero si todo cambia y yo no cambio, se deberían conectar las alarmas
Efectivamente, nos encontramos en un momento de oportunidades que debemos aprovechar para liberarnos del desempleo estructural que lastramos en España.
Los grandes retos que tenemos por delante deberían ilusionarnos a todos, pero el gran problema de la innovación es compaginarla con la gestión del día a día. La transformación de los modelos de negocio implica conectar lo físico con lo digital, descubrir y diseñar nuevas soluciones, y aprender más rápido para competir en un contexto de aceleración y velocidad vertiginosa, en organizaciones líquidas donde las máquinas ya están preparadas para aprender a través de modelos predictivos y los humanos debemos buscar nuestro lugar en ellas, aprendiendo a trabajar en sprint continuo y en posiciones que aporten valor, pasando del foco en el producto al foco en el servicio.
Una sociedad que piensa en el futuro debe apostar por la formación. Por ello, debemos cuestionarnos su papel y replantearnos si el actual modelo educativo puede ofrecer respuestas válidas a las necesidades de cualificación y recualificación del talento, en estos momentos de creación de un nuevo modelo de crecimiento económico.
En mi opinión, en la actual economía del conocimiento, memorizar hechos y procedimientos es importante, aunque no suficiente para el progreso y el éxito. Potenciar los idiomas y la digitalización, y desarrollar ciertas skills como la resolución de problemas, el pensamiento crítico, el trabajo en equipo, la actitud positiva, la honestidad y ética profesional, la proactividad e iniciativa, la creatividad orientada a la innovación o la autorregulación, son más esenciales que nunca en nuestra sociedad en rápido cambio. Se trata de dotar de herramientas para lograr que lo que se ha aprendido funcione en tiempo real, para generar nuevas ideas, nuevas teorías, nuevos productos y conocimientos.
Profesor universitario y coordinador de ciclos formativos en GSE