Los tipos duros no bailan. ¿Y qué pasa con el resto de los mortales? Norman Mailer no llegó a ver lo que pasa en Tik Tok, en la publicidad o en los mítines de Miquel Iceta. Bailar está de moda para casi todo. Tal vez debería decir que es cool, fashion o trendy, para ajustarme más al concepto. O directamente viral, ya que en inglés se escribe igual y nos hemos hecho expertos en cuestiones víricas a la fuerza.

A lo que iba: haga usted la prueba y se sorprenderá de la cantidad de bailes que saltan por los anuncios o de los muchísimos saltos que bailan por ellos. Tanto monta, vende tanto. Será que la danza nos aporta simpatía, empatía o gancho publicitario. Pablo Motos lo vio primero en El Hormiguero y ha hecho de sus coreografías de arranque una marca de la casa. El otro día vi a Dani Rovira haciendo lo propio en su programa televisivo con un ballet de los de toda la vida. De los de Giorgio Aresu, para entendernos. Me sorprende que las monleonetas y las Mama Chicho no hayan resucitado aún. Tiempo al tiempo… entre operaciones nostálgicas y la crisis del modelo Sálvame, no descartemos nada.

Es lógico que entre las añoranzas en tiempos del COVID la pista de baile haya ocupado mención de privilegio. Una de las prioridades de las niñas cuando por fin les compran el móvil es practicar coreografías ante la pantalla. Debe ser ensayo para la discoteca, alimento para las redes sociales o simplemente el signo de los tiempos. Y el fenómeno es inclusivo, nadie se ofenda: los niños también entrenan el bailecito del goleador en cuanto hay ocasión. Como si la omnipresente pantalla de Orwell les estuviera enfocando en todo momento. Quizá porque ellos, nativos digitales, son conscientes de que queda muy poco o nada para que así sea.

Que conste que esto no es tanto una crítica como una constatación. No soy sospechoso de alergia al baile, precisamente. Pero me abruma la falta de pudor que imponen las redes sociales y que van empujando nuestra necesidad de dar y recibir espectáculo siempre al siguiente nivel. Una cosa es la afición a moverse al ritmo de la música y otra es la obligatoriedad de exhibirla y exhibirse. Ni que nos dedicáramos a la política. Lo de Clinton, Bill, con la Macarena fue lo de menos. Soraya, ¿la recuerdan?, hizo bailecito vicepresidencial en El Hormiguero por aquello de la precampaña y de vender el producto. Aquí nuestra vice, Mónica Oltra, también ha aportado su granito de ritmo al espectáculo en variadas ocasiones. Show must go on y más conforme se acerque la temporada de urnas. El colmo sería que Pablo Casado y Ayuso acabaran pegados en un agarrao. Lo de la política y los extraños compañeros de cama también se aplica al baile.

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