Toni Bolaño, en su último libro sobre el gurú caído Iván Redondo -“Moncloa. Iván Redondo. La política de lo que no se ve”-, glosa el cambio de estrategia, el viraje en el paradigma en la comunicación política llevado a cabo en su momento y que primero rescató al hoy presidente del destierro infinito y, segundo, lo encumbró a la presidencia. Dejar en la tiniebla informativa los asuntos menos diligentes y más escabrosos de una gestión y fomentar el trasiego de verdades virtuales de consumo rápido le ha servido a Pedro Sánchez para mantener las expectativas electorales todavía en el que, seguramente, es el peor momento histórico de España en los últimos 25 años. El despido de Redondo, no obstante, no ha dejado a la presidencia huérfana de su estrategia, ya que se aplica con rigor. España enviará flota y aviones a la crisis ucraniana sin mandato de la OTAN, de forma voluntarista y, añado, en un eficaz ardid propagandístico. La acción centra la figura de Sánchez, le aleja de la atávica animadversión de sus socios hacia el Tío Sam y vitamina su frágil silueta de estadista. Redondo puro.

También encontramos doctrina del exjefe de la war room en asuntos domésticos. El presidente del Gobierno aterrizó la semana pasada en Alicante como un extraterrestre. Allí acudió en Falcon -no entiendo la polémica por el uso del avión oficial- en una expedición relámpago que puso de manifiesto la fórmula que la política moderna ha adoptado para liderar la conversación pública. Los políticos -salvo sorpresa o interés si es que no gobiernas y purgas en la oposición- cada vez ofrecen menos explicaciones a los medios. Mariano Rajoy inventó el plasma para distanciarse de las preguntas incómodas y Sánchez hace lo propio vetando a medios incómodos, acudiendo solo a su emisora de cabecera, eliminando a los medios críticos de los briefings (así lo denuncia hasta la FAPE) y, como en Alicante, blindando su recorrido y evitando relacionarse con los periodistas por si le preguntan -agenda valenciana- por los abusos a menores, la infrafinanciación o su atribulada política contra el Covid. Y precisamente el viaje a Alicante es un ejemplo de cómo el jefe del Gobierno implementa los principios marcados por el kingmaker de los antes Albiol, Monago o Basagoiti. Y les cuento. Hablamos de la vivienda. Precisamente el gran reto que este y futuros gobiernos -y Pablo Casado o Carlos Mazón, si pretenden pasar de las palabras a los hechos- es garantizar una vivienda digna a las nuevas generaciones. Pedro Sánchez bendijo las obras del popular barrio de San Antón en Elche -una obra ambiciosa iniciada por las administraciones de Rajoy- y se rodeó de veinteañeros para presentar -por enésima vez- planes que garanticen el derecho constitucional del acceso a la vivienda. Pura entelequia. El COVID ha obligado a posponer el Congreso Nacional de Vivienda que precisamente la semana que viene, los días 11 y 12 de febrero, iba a tener lugar en Valencia auspiciado por APC España y los Promotores de Valencia, una ciudad que con su área metropolitana se ha quedado sin oferta de pisos. Según datos que maneja INTERFAZ, que pronto conoceremos públicamente y que recoge la Cátedra del Observatorio de la Vivienda de la Universidad Politécnica de Valencia, ni hay ni va a haber vivienda para los jóvenes en los próximos años. No les desvelo los detalles del informe de este prestigioso organismo pero sí que les adelanto que la falta de suelo, burocracia, nula voluntad política y COVID van a hacer inviable el proyecto balbuceante que Sánchez presentó hace unos días. El presidente oculta datos, presenta un plan inviable y no deja que se le interpele sobre la cuestión. ¿Pero ir a una guerra? Como Dios. El medio es el mensaje.

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