¿Cómo fue la primera casa? Joseph Rykwert, arquitecto y escritor, glosa en La Casa de Adán en el Paraíso cómo fue esa primera morada y la vinculación que tienen las distintas confesiones religiosas con las configuraciones de las primeras viviendas, pero también cómo ha condicionado cada religión la estructura de lo que entendemos como casa. Así, el escritor polaco y residente en Estados Unidos, a sus 95 años entiende, por ejemplo, que las casas de los musulmanes no son iguales que las de los cristianos a causa de las costumbres y los condicionantes vitales, espirituales, familiares e incluso sexuales. Quédense con esto y después volvemos. El caso es que para lo que Rykwert no encontraría -después de un análisis concienzudo- una explicación razonable son las churrerías. Como diría Marías, toda majadería tiende a expandirse y la última monstruosidad que campa a sus anchas y que cada año aumenta su presencia exponencialmente son los puestos de churros durante las Fallas.

La profusión de estas mini catedrales del colesterol es más notable en las calles más estratégicas y en las plazas más transitadas, si bien es cierto que durante estos días de víspera festiva su imagen resulta totalmente disruptiva, como si estuvieran fuera de contexto. Luego, durante las fechas de fiesta, se mimetizan con la abigarrada y multicultural vida de la ciudad. El caos lo soporta todo. El fenómeno, que puede extenderse a todo lo largo -más bien largo que ancho- de la Comunidad Valenciana en cada una de las celebraciones que jalonan nuestro calendario, eclosiona anualmente en los idus de marzo, fecha buena para la traición y para – exacto- las churrerías. Su actividad, además de ofender a todas las ODS habidas y por haber, solivianta al vecindario, ensucia los barrios y el ambiente -además de la marca ciudad- y, por el contrario, reverdece las arcas municipales o las tesorerías de las comisiones. Las churrerías nos invaden y se diría que no aterrizan, sino que surgen del inframundo, que se sembraron en un tiempo pasado muy lejano y que, de forma cíclica, resurgen para amenazar a la humanidad valenciana como en La Guerra de los Mundos de Steven Spielberg y Tom Cruise.

Las churrerías son la antítesis de todo, desde el buen gusto a la buena nutrición, al civismo, el urbanismo o la urbanidad y las buenas costumbres. Incluso reflejan un atentado contra la inclusividad y la igualdad, destacables más si cabe en fechas tan señaladas como la antesala del Día de la Mujer. Ni por espacio y condiciones, ni por cuotas, son un ejemplo para nadie y atentan contra lo políticamente correcto. Volviendo a Rykwert o, mejor dicho, negándolo, sugiero que homologuen todas las churrerías para que se adapten a los cánones de respeto por la igualdad de género y de oportunidades. Por ejemplo, en superficie, distribución y habitabilidad, porque las churrerías no son habitables, sino que son como jaulas con neones más bien. Algo así como lo que propone el Gobierno Vasco en un proyecto de Ley: según el portal Libre Mercado, el ejecutivo vasco prepara una ley de “Desjerarquización de los espacios”. La medida pretende prohibir el dormitorio principal más amplio con baño incorporado. En el decreto en ciernes, todos los dormitorios deben tener un mínimo de 10 metros cuadrados sin diferenciar porque, aduce el texto legal, “el lavabo en suite jerarquiza el dormitorio y determina una ocupación desigual del grupo de convivencia. El dormitorio principal debe desaparecer porque las casas feministas tienen que ser no jerárquicas y no androcéntricas, para romper con binarismos y el reparto tradicional de los roles que reproduce desigualdades de género”.

Yo, la verdad, llegados a este punto, sugiero o bien santificar a Marías o bien volver al medievo, en el que toda la familia vivía y se reproducía en la misma habitación. Eso sí que era desjerarquizacion. O eso o vivir en una churrería.

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