La guerra de Ucrania alarga su crónica del asombro, pena, rabia, miedo y frustración. El cómico Zelenski protagoniza Solo ante el peligro, Putin encarna al malo entre los malos y el resto del mundo asistimos al drama con silencio doliente y penitencia inflacionaria. Los medios dan por amortizada la infodemia, hasta el punto de que algún hipocondríaco que conozco incluso se ha curado por hastío. Seguimos de ronda y en algún puesto todavía se habla del homenaje berlanguiano de Casado y Ayuso, la precuela de Miami Vice con Medina y Luceño, y cómo Biden se hace cumbre en TikTok con su trote breve y su diplomacia ausente. Y por si fuera poco, Pedro Sánchez.

Y es que con tanto y poco más de lo mismo, no parece que aprendamos de la historia ni que podamos prever un problema. Vemos el humo pero ignoramos el fuego. Aunque es cierto que cuando viene de ambos lados no sabes cuál te va a impactar; que le pregunten a Chris Rock. Pero la falta de previsión y las medidas nulas o a destiempo no solucionan la “crisis” que los economistas se empeñan en invitar a la fiesta, zascandileando como la bella lujuria que irrumpe para arruinar el jolgorio.

Pero hace una semana viajé a Sevilla cruzando esos paisajes teñidos de marrón, verde, albero y una luz infinita que llena de vida todo. Ese viaje que te pellizca en la conciencia y te hace sentir agradecimiento por este país y su gente. Múltiple, cambiante y con todo el potencial del mundo; bueno, solo el potencial de España es el que me ha embriagado de tanto orgullo. Joder. si es que hasta José Luís, el camarero que nos atendió en el bar El Perro Chiko, en la Plaza de la Encarnación, era un claro ejemplo de lo que digo. Un joven de poco más de veinte años, la piel dibujada hasta la nuca, la nariz y las orejas perforadas y una indumentaria estilo homeless chic. Y nos atendió con tanta profesionalidad, educación y simpatía que nos cautivó antes de anotar comanda. Porque su arrojo, determinación, creatividad, esfuerzo y pasión por su trabajo son rasgos que valen para ilustrar unas cualidades necesarias para el emprendimiento en cualquier ámbito. La receta que mejora un país de servicios o dinamiza una nación industrializada. Y es que hasta que irrumpa la Ley Celaá los jóvenes son y serán el mejor augurio: Iker Liceaga (San Sebastián, 1993) trabaja en la NASA, Mario de Miguel (San Sebastián, 1988) es un ingeniero de telecomunicaciones investigador en la prestigiosa Universidad de Cambridge, Cristina Balbás (Burgos, 1987) a los 16 años cambió Burgos por Hong Kong gracias a una beca para estudiar el Bachillerato internacional y posteriormente marchó a la Universidad de Princeton (Nueva Jersey) para matricularse en Biología molecular, María Martínez (Valencia, 1993) pasó de un colegio público en un pueblo de Valencia a la Universidad de Columbia y actualmente cubre la economía europea para medios como Dow Jones y Wall Street Journal. Y no doy más ejemplos para no empachar, pero sería necesario retener el talento para hacer frente a cualquier crisis y ser competitivos en un mercado global.

El principio de la mejora colectiva siempre empieza por un esfuerzo individual. Y bien sea en ingeniería, en arquitectura o en medicina, España anda sobrada de talento, cualificación y personas que aman su profesión. Cada vez hay más jóvenes preparados que callan los susurros rancios de quienes no son capaces de avanzar con los nuevos tiempos. Y nos quieren desairar comparándonos con los países nórdicos y me entra la risa. Que de todo se aprende, pero cada cual debe asumir sus luces y sus sombras. Porque negar que tenemos mejora sería como borrar la nariz de Antonio Carmona, y eso si que no, esas cosas dan carácter, reconocimiento y son parte de nuestras señas de identidad.

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