El ser humano, por su naturaleza, tiende a volver a aquellos lugar en los que ha sido feliz. Sueña con recuperar esos sentimientos y experiencias en las que se ha sentido afortunado. Por eso volvimos a Mestalla en una noche mágica que pasará a la historia, como aquella de 2019 en la que Rodrigo Moreno noqueó al Getafe y nos llevó a Sevilla para conseguir la octava. Volvía a Mestalla con la sensación de que estaba ante otro partido histórico que nos podía hacer regresar al lugar donde hemos sido muy felices: Sevilla.

Tras muchos años de abonado, la desafección por estos dirigentes me hizo ceder mis pases durante la presente temporada, pero gracias a un buen amigo regresé a Mestalla y me reencontré con todos esos sentimientos que solo un valencianista puede entender. Tres horas antes del comienzo del choque, la afición del Valencia CF ya había marcado el primer gol. Una afición, que por muchas perrerías que le hagan, siempre anima hasta quedarse sin voz. Llegó el autobús y los sentimientos brotaron a flor de piel, nos trasladamos a aquel 25 de mayo de 2019 en el Villamarín, donde aporreamos el bus camino hacia la gloria.

Arrancó el partido tras el emotivo himno valenciano y Mestalla volvió a ser una olla a presión. La tensión y los nervios se alargaron hasta el pitido final pero el obús de Gonçalo Guedes desató la catarsis antes de tiempo. El zambombazo del portugués levantó Mestalla como un resorte y volvió a estallar del mismo modo que en la jugada en la que el balón `tocó en Hugo Duro’. La segunda mitad no se la deseo a nadie, pero nuestra alma de «broncos y coperos» nos ha llevado a otra final y sí, otra vez en Sevilla.

La capital hispalense se ha convertido en ciudad talismán para el valencianismo, a la que hay que volver como mínimo una vez al año. Y volveremos a La Cartuja, donde Gaizka Mendieta devolvió al Valencia CF a la gloria de los campeones tras un sombrero majestuoso allá por el año 99. El hotel ya está reservado desde antes de la eliminatoria frente al Cádiz, porque el Valencia CF también es eso, creer e ilusionarse desde el primer momento hasta el último.

Volver a una final en tiempo de pandemia es una de las mejores noticias que te puede dar el fútbol. Es una muestra más de la vuelta a la vida tras estos tiempos convulsos. La ilusión es total y la esperanza máxima, pero el ritual es sagrado. Volveremos en coche, el viernes a mediodía, cenaremos en la Bodeguita Antonio Romero junto a la calle Iris y repetiremos todos aquellos pasos que nos llevaron a conquistar la octava ante el Barça de Messi.

Canta Joaquín Sabina en Peces de ciudad que «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Pues se equivoca con los valencianistas y va ser que sí. El 23 de abril volveremos a Sevilla, donde fuimos muy felices. Y solo de pensarlo ya hemos vuelto a serlo.

Imagen: Ángel Ferrer

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